martes, 8 de diciembre de 2015

El 'Breaking Bad' del champú estaba en Cádiz




Un químico en paro apodado El profesor, dos alemanes, un checheno, un kazajo, un ucraniano y un empresario de Alicante componían una banda a la que la UE ha estado buscando durante dos años. Su negocio era multimillonario y fraudulento, pero no tenía que ver con drogas, sino con algo más común, algo que pasa tarde o temprano por las cabezas de todo el mundo: el champú. Falso. En una suerte de Breaking Bad gaditano, la figura fundamental de la trama era Tomás Pérez del Cerro, un químico de casi 60 años. El profesor.



La vida de este Walter White acabó metida en el mundo del hampa a partir de la crisis. Desde 2006 no se le conoce actividad empresarial ni laboral, tampoco cotizaba a la Seguridad Social, por lo que los investigadores sospechan que ha vivido en negro estos años.

En su día tuvo una empresa que fabricaba champús para perros, pero se la embargaron y, a partir de ahí, salvó los muebles y puso todos sus bienes a nombre de familiares. Finalmente, en algún momento de estos años contactó con dos alemanes y sus cómplices de Europa del Este y Asia y montó un laboratorio en Cádiz.

Esta organización de falsificadores había levantado una fábrica en Medina Sidonia y se dedicaba a exportar millones de botes de champú por Asia, Europa y África, siempre bajo el nombre de la conocida marca H&S, propiedad de la multinacional Procter&Gamble. En tan sólo cuatro meses la Policía cree que ganaron seis millones de euros.

La investigación comenzó en la provincia de Cádiz, donde ya en febrero la Agencia Tributaria realizó un primer decomiso en una fábrica clandestina tras recibir la alerta de la Oficina Antifraude de la UE (Olaf).

A partir de aquel primer paso, la Brigada de Policía Judicial de Cádiz y los agentes especializados en criminales de Europa del Este y delitos contra la propiedad industrial de la Comisaría General de Policía Judicial empezaron a tirar del hilo en abril de este año y a seguir a la pista a los alemanes Markus Sailer y Reinert Clifford, los jefes de la organización. Durante los seguimientos descubrieron la fábrica clandestina.

En la nave no habían reparado en gastos de maquinaria industrial, aunque todo estaba tan deslavazado que no cumplía ningún control de calidad. Los productos químicos se apilaban por toneladas en los rincones; la máquina de etiquetas y los moldes para fabricar los botes se juntaban con muebles, muestras, probetas y otros enseres. Todo estaba de cualquier manera por todas partes.






Pero aun en esas malas condiciones, entre el laboratorio del químico y esta nave producían 200.000 botes mensuales de champú y, con el tiempo, tuvieron que adquirir otra nave sólo para guardar el excedente que tenían que distribuir. El producto falso sólo se diferenciaba en el mercado español de su original porque la etiqueta se imprimía en inglés, con las características de la marca en el extranjero, que se llama Head&Shoulders en lugar de H&S. Sin embargo, esto tenía una razón de ser: la inmensa mayoría de la producción se exportaba. Y ahí entraba en juego el séptimo detenido, un empresario alicantino que tenía una empresa de distribución de mercancías.

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