martes, 29 de marzo de 2016

Así viven los primeros terrícolas en 'Marte'

 

No recuerdo con exactitud lo que se siente al despertar en la Tierra. Cinco meses después de aterrizar en Marte, mi jornada comienza bajo una cúpula blanca en medio de un campo de lava roja. Mis primeras preguntas: ¿Tenemos suficiente energía para encender la calefacción? ¿Permitirá el clima que nos pongamos nuestros trajes espaciales? ¿Funcionarán mis ventiladores?
Estos pensamientos rondan por mi cabeza cuando, sin hacer ruido, bajo las escaleras en busca de una taza de algo caliente. Allí me enteraré de qué ha ocurrido dentro y alrededor de nuestro hábitat durante la noche y la cantidad de energía de la que dispondremos para el resto del día. Veré a los mismos compañeros de tripulación, la misma cocina y el mismo ojo de buey de 60 centímetros que he visto cada mañana desde hace cinco meses. La visión de las rocas escabrosas que hay más allá me recuerda constantemente que nuestro mundo, este mundo en el que conviviremos durante un año para poner a prueba cómo sería la vida en Marte, es hostil y misterioso.

Que quede claro: técnicamente, Marte Simulado (MarteS) está en la Tierra. Los seis aterrizamos en Hawai a finales de agosto de 2015. A los pocos días de entrenamiento (cómo usar los sistemas de energía, cómo enfundarse un traje espacial sin dislocarse nada), se cerró la puerta de la escotilla y nos quedamos fuera del planeta durante un año y un día, acampados en las laderas del Mauna Kea. Formamos un equipo diverso: un arquitecto espacial, un ingeniero, tres científicos y un médico de la tripulación (yo). Cuando salgamos, el 28 de agosto de 2016, seremos veteranos de la más larga simulación de la vida en Marte financiada por la NASA en toda la historia.

Durante todo este año tenemos una demora de 20 minutos en las comunicaciones en ambas direcciones, lo que refleja el tiempo máximo de viaje de la luz entre Marte y la Tierra. Para bien y para mal, no podemos atender llamadas ni mantener entrevistas a través de Skype; no se nos puede filmar, fotografiar o grabar de ningún modo, salvo que lo hagamos nosotros mismos.

La demora temporal también es una parte clave de la adaptación psicológica que hace que nosotros, y también todos los que están en la Tierra, nos comportemos como si los seis estuviéramos realmente en Marte. Así estudiamos cómo funcionan las comunicaciones cuando todos los mensajes entre la tripulación y el control de la misión tardan 40 minutos en obtener respuesta. No hay más que pensar en cómo una demora de este tipo afecta al clásico escenario de una película: «Houston, tenemos un problema y... volveremos a oíros hablar de él dentro de tres cuartos de hora».

"Los mensajes entre la tripulación y el centro de control tardan 40 minutos en tener respuesta"

El retardo temporal hace la vida aquí más precaria. Véase el caso de una catástrofe médica. En MarteS puedo marcar el 012, pero pasarán horas antes de que recibamos una respuesta. Por tanto, ¿qué ocurre en caso de desastre médico? Solucionarlo depende de mí, la doctora espacial.

Esta sensación de independencia de la Tierra (y de interdependencia entre nosotros) es la gran ventaja de la demora de 20 minutos. Es más, sin teléfono ni internet que nos distraiga, conseguimos sacar adelante una gran cantidad de trabajo. Además, al carecer de estas líneas habituales de conexión, es casi como si estuviéramos solos en otro planeta, lo cual, cuando se vive en una cúpula a más de 2.400 metros sobre el nivel del mar, en la ladera estéril de un volcán, te da una idea aproximada.

Hemos aprendido a reparar y reutilizar cosas que nunca habríamos aprendido de no estar aquí. Durante meses, un torniquete de látex azul ha sujetado partes del motor de mi bici para producir electricidad. Hemos aprendido que un bote de galletas saladas de cinco kilos es perfecto para el cultivo de ciertas bacterias. En MarteS, donde no hay dinero ni lugar donde gastarlo, el valor de algo se basa casi exclusivamente en su utilidad: la de un objeto, la de una tarea, incluso la de una persona.

La vida en MarteS, al igual que en el mismísimo Marte, es elemental. Nuestras principales preocupaciones giran alrededor del sol, el aire, el agua y las rocas; en concreto, sobre lo que podemos hacer o no con esos cuatro elementos básicos si los combinamos correctamente. El Sol genera nuestra energía. A su vez, nosotros transformamos esa energía en luz artificial, en los colores del espectro que más les convienen a nuestras plantas. Las plantas absorben agua y fijan sus raíces en las rocas que hemos recogido en la superficie. Sus tallos se estiran hacia la luz y con ellos crecen nuestras esperanzas, vivificadas por las hojas verdes, nacidas en las flores que se convertirán en frutos.

Todo eso ha de tener lugar en el interior de nuestra cúpula, un trasunto de lo que la vida en Marte podría ser un día. Este simulacro es necesariamente imperfecto. En el Marte de verdad, el aire es extremadamente ligero y se compone principalmente de dióxido de carbono. Debido a que no está protegida por grandes cinturones de radiación, como la de la Tierra, la atmósfera de Marte está siendo constantemente azotada por el Sol.

Aquí, en MarteS, nos va mucho mejor: tenemos aire respirable a una temperatura y una presión confortables, mantenidas por la propia gravedad de la Tierra. Disfrutamos de una cómoda protección contra la radiación natural y suministros robotizados periódicos de comida y agua. No frecuentes, eso sí, pero a menudo suficientes para que sigamos adelante.

"Saldremos el 28 de agosto. Será la simulación de la vida en Marte más larga de la historia"

 

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