La sumisión química es menospreciada en los juzgados. Pero gracias al trabajo de abogadas como Ester García, las violaciones invisibles están recibiendo su merecido castigo
—Normalmente dicen: "Me ha pasado algo malo, pero no sé qué es".
—¿De cuántas víctimas hablamos?
—Vienen muchas, dos o tres cada semana.
A decir por su mirada fija, y por la forma en que entrelaza los dedos
sobre la mesa, la abogada Ester García sabe que lo que está diciendo es
grave.
Miembro de la asociación Dones Juristes, esta
letrada especializada en violencia machista lleva dieciocho años
batallando en los juzgados y formando a los cuerpos policiales.
Lo último que transmite es fragilidad. Pero ahora García ve cómo los
casos más difíciles de su carrera se le amontonan en la mesa.
Todos siguen un patrón: ocurren de noche, en zonas de ocio y
discotecas. La víctimas son mujeres jóvenes. Han sufrido un abuso sexual
pero no recuerdan nada: ni rostros, ni lugares, ni escenas.
Fueron drogadas con precisión para que no opusieran resistencia. La mayoría carecen de lesiones y recuerdos. De modo que García se enfrenta a delitos sin pruebas, de los que sus propias víctimas dudan.
La abogada, sin embargo, no vacila: “Los casos de sumisión química van
en aumento, un aumento clarísimo. Con esta frecuencia sólo pasa en
Barcelona ciudad”.
Pruebas como fósiles
“Puedes ir bebida, pero si despiertas y te están penetrando sin que reacciones, no hablamos solamente de alcohol. Es fácil darse cuenta de que la han drogado. Más aún cuando los análisis muestran que no han bebido”.
Cuando una clienta le cuenta por primera vez los hechos, Ester García
es capaz de detectar si está ante un nuevo caso. A su puerta llaman
entre dos y tres víctimas cada semana. Son extranjeras y locales. Todas
llegan después de abandonar el Hospital Clínic de Barcelona, con el que
la abogada tiene convenio desde hace más de un año.
“Les damos asesoramiento jurídico gratuito. Luego ellas deciden si desean que les llevemos el caso. Muchas no quieren, o no están preparadas. En ese punto aún no saben lo que les ha ocurrido”.
Si la víctima quiere seguir adelante, lo que ocurre en un 60% de veces,
García empieza a investigar “a lo Perry Mason”. En casos de sumisión
química, las pruebas tienen que desenterrarse como fósiles en el
subsuelo.
Son vitales los testigos de
referencia: los amigos con los que la chica salía esa noche: “Nadie
presencia nunca una violación, pero ellos saben cuándo el comportamiento
de su amiga es extraño. Saben cómo actúa cuando va con el punto y
cuándo su actitud es diferente”.
Pesadillas y paseos en coche policial
Laura (nombre ficticio), una de sus clientas, dijo a García: “Yo
recuerdo que me venían varios detrás diciendo piropos. Iba buscando una
estación de metro. No recuerdo ni la estación ni las calles, pero sí el
piso. Sólo sé que desde la cama veía las vías del tren”.
Hay veces que la víctima “tiene flashes”. En ese caso, Ester acompaña a
su clienta dar una vuelta en un coche de los Mossos d’Esquadra. La chica mira por la ventanilla esperando una sensación, una leve descarga en las pupilas. A menudo los recuerdos aparecen sin orden y sin que la víctima pueda justificarlos.
“El reconocimiento fotográfico les cuesta. Son imágenes antiguas que
tiene la policía, de la calle, en blanco y negro o de cuando ficharon al
agresor”. También hay excepciones. Con sólo mirar una fotografía
policial, una clienta recordó a perfectamente al tipo. Lo vio encima de
ella, acariciándole un pecho: “Sé que es él, pero no sé por qué, dijo”.
Donde nunca dudan las víctimas es en las rondas de reconocimiento, al otro lado del cristal: “Cómo se ponen cuando los ven… Los señalan de inmediato, y siempre por lo mismo: la mirada”.
García siempre pide a sus clientas que duerman con una libreta en la
mesita de noche: “Cuando tienen pesadillas no deben esperar a la mañana
siguiente, tienen que escribir lo que han visto al momento”.
Un agresor con todos los rostros
“Les haces recordar cosas que su mente y su cuerpo les obligan a
olvidar, hacen un esfuerzo tremendo. El procedimiento dura dos años y
medio como mínimo, y deben buscar un abogado especializado. No existe
turno de oficio especializado en violencia sexual”.
A pesar de la extrema dificultad, Ester García consigue un alto
porcentaje de condenas, “entre un 65 y un 70%”. Su último éxito ha
consistido en nueve años de prisión para el agresor. Los robos, por
extraño que parezca, son de gran ayuda: “Hemos localizado a muchos
agresores años después, gracias a que han utilizado una tarjeta de
crédito o un teléfono móvil que robaron a la víctima”.
No existe un perfil de agresor.
Son varones tanto locales como extranjeros, de niveles económicos muy
dispares. Es habitual, sin embargo, que actúen de dos en dos.
“Los hay que son profesionales. Alquilan habitaciones de hoteles de lujo
antes de ir a la discoteca y le dicen al portero: ‘Sube luego, que
traeremos a una puta’. Lo tienen totalmente planeado”.
Aunque las clientas de Ester García no conocen esta coincidencia,
muchas salían de fiesta por la misma zona cuando perdieron la memoria.
“Se repiten los locales de la zona alta de Barcelona, por Diagonal y
Balmes. Y la Vila Olímpica”. Las agresión suele producirse en la vía
pública, en la playa o descampados, pero también en hoteles o incluso en
el domicilio del agresor.
—Imagino que es posible encontrar el ADN del agresor en el cuerpo de la víctima —le digo.
—Sí, eso se tramita judicialmente. Pero la mayoría de veces los acusados no niegan la relación sexual.
—¿No?
—No, nunca. Lo que hacen es decir que la relación ha sido consentida.
Y probar lo contrario es tremendamente complejo. También es difícil
para la víctima dejar de dudar sobre sí misma. Con el paso del tiempo se
dan cuenta de que siempre tuvieron la sospecha.
Juicios que agreden
—¿Cómo reaccionan tus clientas cuando les confirmas que han sido víctimas de sumisión química?
—Les sorprende, porque al principio lo atribuyen a haber bebido más de
la cuenta. Hay un sentimiento de culpabilidad: "Algo hice mal, no sé
como me puse a hablar con él…". A veces sienten vergüenza.
—¿En qué sentido?
—Recuerdo una chica que no tuvo el valor de reconocer en comisaría que
se había despertado desnuda. Le dio mucho apuro y dijo que llevaba la
ropa puesta. El dato es irrelevante, pero mintió. En los juzgados se la
iban a comer.
Si hablamos de sumisión química, hablamos de dos grandes batallas: una
está en la mente de la víctima y la otra está en los juzgados. Estos
representarían la mente social, colectiva.
Cuando una chica termina en urgencias y los médicos sospechan que fue
drogada, la policía insiste en que denuncie los hechos. “Por buena fe,
por protocolo, son forzadas a denunciar sin asistencia letrada. Y sin abogado todos los casos se archivan automáticamente”.
Por eso Ester García se ve obligada a pedir al juez que los reabra.
Decenas de ellos. Aunque cada vez encuentra menos resistencia, sigue
enfrentándose a enormes prejuicios.
“Antes era a
punta de navaja, o con el uso de la fuerza. Ahora ven que hay un nuevo
sistema de agresión: por un lado hay más víctimas, esta estrategia se
está utilizando más, pero también se denuncia más. En los juzgados empiezan a detectar que algo está pasando”.
En general, el sistema judicial apenas conoce el fenómeno de la
sumisión química: “En muchos juzgados ni saben que existe ni lo quieren
saber. Pasan olímpicamente. Para ellos es algo increíble, una
exageración, como la violencia machista hace unos años. Se dedican a cuestionar a las víctimas y hacen unas preguntas totalmente despreciables, humillantes”.
—¿Por ejemplo?
—En un caso la chica había sido penetrada por varias vías, y el juez la machacó con la instrucción.
—¿Qué le dijo?
—“¿Esta usted segura de que no está mintiendo? Lo que está contando
parece una película de miedo”. Es la chica que había caído cuando la
seguían por la calle mientras iba en busca de una parada de metro.
“¿Cómo es que no llamó a la policía en ese momento?”, le preguntaron.
Qué se iba a imaginar ella…
—Que te intimiden por la calle de madrugada es algo bastante común…
—Si la chica hubiera llamado a los Mossos para decir que unos hombres
la estaban piropeando, ni se hubieran presentado. Además era una cría,
tenía 18 años.
—Los abogados de la defensa, ¿son muy duros? Imagino que debe de ser relativamente fácil desmontar a la denunciante...
—Mucho. Son sobre todo mujeres, abogadas privadas muy agresivas. Saben dónde tocar.
—Buscan en la vida privada de mi clienta. Si tuvo problemas de
bullying, o un intento de suicidio, o sufrió abusos, lo van a sacar para
debilitarla. A veces no puedo evitarlo y le digo a una compañera: “Te
has pasado tía, que no le pase a tu hija”.
—Se me hace difícil imaginar cómo consigue ganar casos.
—Las preparamos a nivel jurídico, pero sobre todo a
nivel emocional. Tienen que estar muy fuertes. Se enfrentan a
procedimientos complejos. No tienen uno, sino tres magistrados delante.
Las pruebas forenses tienen que hacérselas dos veces.
Recuerdo una de mis clientas: cuando llegó el juicio habían pasado dos
años y medio y estaba embarazada de su pareja. De hecho tenía pareja
cuando fue agredida. Me dijo: "¿Cómo voy vestida? ¿Disimulo la barriga,
Ester?". Fíjate en su planteamiento. Ya sabía que la iban a cuestionar
por eso. Cuando una clienta valora más mi trabajo que el de la
psicóloga, yo le digo que es al revés. Un juzgado nunca va a compensar
lo que ha vivido. Hay un plus de violencia.
La nadadora se hundió
"Estamos ante una realidad totalmente desconocida. En mi entorno me
llaman paranoica, pero no imaginan lo que veo en mi despacho. Sin
generar alarma, hay que decir que esto se repite y va en aumento".
Ester García llama a las instituciones de Barcelona, al Ayuntamiento, a
que emprendan campañas de prevención que incluyan a los institutos de
secundaria. Y pide que el análisis de cabello se introduzca como prueba
hospitalaria en caso de sospecha de sumisión química.
Se trata de un sistema costoso, de seis meses de duración, pero es la
única forma de cazar las sustancias que utilizaron los agresores. Alguna
clienta con recursos la ha costeado de su bolsillo, pues las analíticas
habituales resultan inútiles. "Hay que hacer esa
prueba inmediatamente, hay que intervenir al momento, algo hay que
hacer. Porque obviamente, estas chicas han sido drogadas".
Ester recuerda el primer caso de sumisión química que tuvo. Fue hace diez años. Ni siquiera existía este delito como concepto.
"Era una nadadora, muy seria, se lió con un chico una noche y ella no
lo recordaba bien. Sabía que se había liado, pero no recordaba por qué
lo había hecho. Tenía pareja, con la que rompió a consecuencia de la
infidelidad. No denunció. Había pasado y ya está.
Dos semanas después se volvió a encontrar con ese chico. Mantuvo
relaciones sexuales consentidas. Cuando terminó, él le confesó que
gracias a una droga la había podido conocer. Ella denunció, lo
archivaron automáticamente, pero conseguí reabrirlo. Recuerdo
perfectamente lo que vi cuando llegamos al juzgado. Todos se estaban
pitorreando. Como había consentido la segunda vez… decían que era una
denuncia falsa. Yo veía su sufrimiento en el despacho, cómo le estaba
afectando a la salud. Al final volvieron a archivarlo por falta de
pruebas y ella no quiso recurrir. Ganar era dificilísimo y se decantó
por la lucha psicológica. No me quito de la cabeza cómo la miraban los funcionarios. Se estaban riendo, se pasaban la denuncia como si fuera un chiste".
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