Colegialas armadas y peligrosas.
Cuando pensamos en chicas japonesas es probable que lo
primero que aparezca en la mente es esa imagen generalizada de la mujer
inocente que se viste como niña, disfrazada de lolita kawaii o como una colegiala hipersexual.
Antes de eso hubo una subcultura de mujeres jóvenes que buscaron
demostrar que la femineidad y la fortaleza no son excluyentes.
Seguramente si te encontraras con una Sukeban de noche no cruzarías la calle.
Con su uniforme escolar completo con medias altas y una falda larga
hasta parecían una versión más conservadora de una estudiante común. Sin
embargo, hay una trampa: la falda larga servía para esconder más armas.
La hermandad Sukeban era el equivalente femenino de los Yakuza, era un grupo de lo más violento y organizado, que supo alcanzar a más de 20 mil integrantes, todas chicas.
No obstante, antes de ser una pandilla de delincuentes era un grupo de
mujeres hartas de la opresión machista y decidieron desquitarse con una
imagen reaccionaria y una agrupación que servía para empoderar a las
mujeres.
Sukeban
significa, literalmente, "chica jefe", era una cultura que buscaba poner
a las mujeres en primer lugar. Las faldas largas eran como un dedo
medio lanzado a la mirada masculina, una reacción ante la revolución
sexual de los años 60, y los uniformes escolares modificados una forma
de apropiarse de su propia narrativa. Estaban diciendo "no estamos para tu consumición y si nos miras mal te vamos a cortar".
No obstante, la subcultura duró poco, al igual que el punk inglés de
los años 70, las sukeban fueron tragadas por el mercado. Eran algo tan
nuevo y loco que solo podía terminar siendo famosas y formando parte de
las películas más extrañas que ha producido Japón, y, sabiendo el tipo
de cosas que se hacen allí, eso no es decir poco.
Para los años 80 películas de sexploitation, como la serie Terrifying Girls' High School, volvía a colocar a las mujeres como objetos pasivos a la mirada del hombre, aquello que las sukeban originales habían luchado tanto por impedir.
El mainstream se comió a uno de los grupos más únicos del Japón de los setenta, pero aún quedan otras tribus urbanas, como las bōsōzoku, mujeres motociclistas que se hartaron de ir detrás de un hombre y formaron su propia pandilla, y, por supuesto, las fotos que muestran a las Sukeban en toda su gloria.
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